Con misa de acción de gracias ofrecida por la Hermandad del Señor Crucificado de Luren, el pueblo católico de la ciudad de Ica conmemoró anteayer 103 años del fatídico incendio que destruyó el antiguo templo y afectó la imagen sagrada del Patrono de Ica.
Debido al coronavirus, en la misa sólo participaron de manera presencial miembros de la hermandad, quienes ocuparon las bancas cumpliendo el distanciamiento social y los protocolos de bioseguridad aprobados por el Ministerio de Salud.
Después de 103 años, la hermandad -representada por su presidente Heina Domingo Vargas Gómez- recibió los tres clavos de hierro que sostenían la imagen siniestrada, los cuales han sido reemplazados. La entrega la hizo el párroco y asesor espiritual del mencionado grupo religioso, reverendo padre Francisco Chacón Sánchez.
Asimismo, la cruz original de madera del Señor de Luren, que se encuentra en custodia en el local institucional de la hermandad, sito en la calle Lima, fue traslada con bastante devoción hasta el santuario como parte del ritual conmemorativo.
Reseña histórica
A continuación, la reseña histórica escrita por el distinguido profesor y poeta Miguel Angel Sevillano Díaz, considerado Hermano Protector de la hermandad.
El 23 de junio de 1918, siendo las diez de la mañana, por causas que quedarán en el misterio, se originó un trágico incendio en el templo colonial de Luren, construido de adobe y madera, y revestido de yeso, destruyéndose completamente. Las llamas sacrílegas devoraron la sagrada imagen, dejándola con el rostro desfigurado, sin brazos, ni pies, así como el madero carbonizado, lo que causó dolor y tristeza en la población iqueña.
Catástrofe en Luren…… eran los calificativos que daban los diarios El Tiempo y El Heraldo. El escritor iqueño Luis Moreno Thellesen escribió un poema ¡El Señor de Luren ha muerto!
Un boletín de la agencia Nieri informó: “Lágrimas en todos los ojos, plegarias en todos los labios, ansiedad en todos los corazones. ¡Salven al Señor!”.
Los primeros en advertir el humo que salía de la iglesia fueron los reclutas que hacían ejercicios militares en el lugar “Pampa de Manzanilla”, ubicada a poca distancia de la iglesia, y quienes junto a los vecinos más cercanos advirtieron al párroco Domingo Pacheco, quien se negó a abrir las puertas porque no creía lo que estaba sucediendo.
En la plaza de Luren existía un pozo de donde se proveía de agua a todo el vecindario, que resultó impotente para abastecer a los que trataban de evitar a toda costa la destrucción del templo y de la querida imagen. La señorita Leonor Olivera y la señora Elvira de La Quintana, junto a los moradores de Luren, forzaron una de las puertas laterales que daba al salón de los hombres, pero cuando se logró ingresar al interior ya era demasiado tarde, el fuego había destruido todo el altar mayor y había carcomido la base de la cruz donde se encontraba el Señor, el que cayó desde su recámara, carbonizado, surgiendo de entre el gentío un hombre no identificado hasta hoy, que decididamente se envolvió en costales humedecidos y penetró valientemente al interior del templo, por entre las llamas, a rescatar la sagrada imagen. Esto es verídico y es una de las formas de cómo la intervención divina acude en el momento más preciso.
Así, ayudados por otros voluntarios, lograron sacarlo por la misma puerta lateral de la iglesia. El hombre que rescató al Señor se perdió entre la multitud desconcertada, sorprendida por lo ocurrido.
César Elías, prefecto de Ica, procuraba calmar los ánimos del pueblo que acusaba de negligente al párroco Domingo Pacheco. Los vecinos trataron inútilmente de sofocar el fuego. Los carbones que quedaron del incendio se vendían como reliquias, según lo narra Francisco Caso. Quién también dice que “nunca hubo entre los iqueños dolor más grande. Hombres y mujeres anegados en llanto, sufrían de dolor por la enorme desgracia”.
El aislamiento del templo y su ubicación en las afueras de la ciudad, en aquellos años, contribuyeron a que fuera mayor el daño. Cabe mencionar que el techo abovedado era de caña. Vanos fueron los esfuerzos de todos para dominar el incendio.
Al día siguiente, más de diez mil personas llegaron hasta la plazoleta de Luren. El tren llegó de Pisco repleto con gentes venidas de ese lugar, de Chincha y de las estaciones intermedias.
Al día siguiente, la comisión compuesta por un grupo de amigos y vecinos, entre los que figuraban los señores Alberto Cierra Alta Herrera, Julio Cañedo, Alfredo España, Isidoro Mendoza y Fortunato Destéfano, se apersonaron a la parroquia de Santa Ana, solicitando al párroco de la Iglesia, don Mauricio Mayurí, que designara al reverendo padre Antonio Meléndez Méndez para que oficiara una misa y consolara al pueblo, ya que hasta ese momento no se había presentado ningún sacerdote; el párroco de Luren seguía escondido por temor a las amenazas.
El padre Meléndez Méndez predicó un hermoso sermón en la misa realizada en la plazoleta y sus palabras consolaron a la gente, dándole la esperanza que con fe se recuperaría tan lamentable pérdida.
La imagen del Cristo calcinado se depositó en una urna de madera y cristal, mandada a hacer por el devoto Carlos Ramón Moyano, y esta fue cubierta con un fino velo y puesta en las andas del Señor del Sepulcro, prestada de la iglesia de San Francisco, y se sacó en procesión hasta la Plaza de Armas, con los fieles vestidos del más riguroso luto. El músico Eliseo Carbajo Muñoz compuso para la ocasión la “Marcha del Cristo Quemado”.
El Cristo se continuó velando durante una semana en la Sacristía, que era el único cuarto que había quedado en pie de la destruida iglesia.
El 14 de julio de 1918 se funda “La Sociedad de los 16 Amigos”, a iniciativa de un grupo de iqueños, cuya finalidad fue restaurar la imagen del Señor destruida en el incendio.
Daniel Bravo Dextre