LA VOZ DE LOS BICENTENARIOS - Diario La Opinión

LA VOZ DE LOS BICENTENARIOS

Mg. Juan Carlos Romaní Chacón Periodista, docente e investigador histórico

19 de julio de 1821 – 2022

201 años de la amenaza de muerte al pueblo iqueño

(Segunda parte)

El teniente coronel Guillermo Miller y la Segunda Expedición Libertadora de la región Ica

Miller, después de desembarcar en Pisco al amanecer del 2 de agosto de 1821, avanzó en son de guerra sobre la villa del mismo nombre, donde, según datos tomados en el puerto, existía una guarnición o destacamento avanzado de cincuenta milicianos, desprendidos del grueso de la tropa de Santalla y pertenecientes al cuerpo de cívicos que in nomine mandaba el marqués de Campo-ameno. Tal destacamento, en pleno desconcierto y con una prisa que bien denunciaba su pánico, se apresuró a abandonar el pueblo a los primeros tiros y se replegó rápidamente sobre Ica, a donde llevó el anuncio del desembarque de la división patriota, que, por su escaso número, apenas si rigurosamente merecía tal nombre. Miller, detrás de ellos, avanzó a Caucato, al norte de Pisco, para seguir a Ica por Cóndor, Chunchanga y Villacurí, e “inmediatamente despachó pequeñas partidas en todas direcciones para procurarse caballos y mulas en qué montar una compañía y perseguir a la guarnición de doscientos hombres mandada por Santalla, el cual se había apoderado de cuantas mulas y caballos que no pudieron ocultar sus dueños.

El tirano gobernador de Ica, Juan de Santalla, huye rumbo a Arequipa

Santalla, cuya cobardía corría pareja con su malevolencia y crueldad, especie de felino incapaz de cuadrarse ante el enemigo y embestirle de frente (18), impúsose del desembarco y avance de los independientes, relatado con esa exageración natural que el miedo pone en labios de cualesquiera, emisarios y trasmisores. Y, juzgando que el jefe invasor mal pudiera aventurarse tierra adentro sin traer consigo huestes respetables, lleno de espanto desocupó en el acto la ciudad de Ica. Apenas llegada, y por él recibida, la intranquilizante nueva, dijo a voces al pueblo, reunido en la plaza, que, de saber que un solo individuo habíase puesto en comunicación con el jefe insurgente, quemaría incontinente la ciudad y pasaría a cuchillo a hombres, mujeres y niños. Al oír esta amenaza, su mujer -que era española- le gritó desde la casa del marqués de Campo–ameno: “Santalla, todo eso debe hacerse en vez de decirse: ¿por qué no quemar desde luego una ciudad cuyos habitantes son todos rebeldes?” Tomó el feroz y gigante hispano la vía del sureste, hacia Palpa, a veinticinco leguas de Ica, resuelto a ganar -por un rodeo- la población de Huancavelica, para reunirse con Carratalá o con el virrey; o a emprender la senda de Puquio, Coracora y Chuquibamba, por la sierra; o bajar por la de Acarí, Yauyos, Atico, Ocoña y Camaná; estas dos últimas a fin de refugiarse en Arequipa.

No pudo lograr lo primero, ni siquiera lo segundo. El odio suscitado dondequiera por la negra notoriedad de su nombre y de sus fechorías, concitó sublevación general entre los indios de las alturas que pretendía tramontar, principalmente entre los valientes y audaces morochucos, a los que Miller, oportunamente, mandó notificar de las intenciones del enemigo. Esos indios, acudiendo en masa a los picos, gargantas y desfiladeros de la ruta, cerraron tenazmente el paso en actitud imponente, “resonando todo el país con sus aullidos y gritos de guerra”. Santalla hubo de retroceder, no -por supuesto- a Ica, de donde su miedo le alejaba, sino hacia la tercera de las sendas mencionadas, con Arequipa por término y objetivo. Para ello tenía que cruzar las cabeceras de los ríos Yauca, Lúcumas y Chimba, que pudo esguazar fácilmente; al extremo oriental de las pampas de Huayurí y los pueblos o haciendas de Llauta, Coparí, el Tambo, Palpa, Cahuachi, el Ingenio y la Nasca. En Palpa detúvose a tomar descanso, creyéndose bastante apartado de los independientes y, en consecuencia, seguro e indemne contra todo asalto. Allí, con todo, habría de ser destruido. Su pánico era inmenso. Cuenta Miller que, “al retirarse, recibió aviso Santalla de que los patriotas que le perseguían no eran más que cien hombres; que sus oficiales reclamaron contra huida tan vergonzosa a la llegada de fuerzas tan ínfimas; que, para justificarse, fingió una carta, que se dirigió a sí mismo y supuso procedente de un realista de Ica, diciendo que la fuerza de los insurgentes pasaba de cuatrocientos hombres; y que enseñó esa carta a los oficiales, los cuales convinieron en que, en tal caso, era propio continuar la retirada”.

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