
Mg. Juan Carlos Romaní Chacón
Presidente del Comité Patriótico Bicentenario
de la Independencia del Perú – Provincia de Ica
19 de julio de 1821 – 2024
203 años de la amenaza de muerte al pueblo iqueño: Juan de Santalla, el sanguinario gobernador de Ica, en julio de 1821
El 19 de julio de 1821 circuló un documento que amenazaba de muerte, una vez más, a los habitantes del valle de Ica; documento firmado por uno de los más crueles y sanguinarios oficiales españoles del Ejército Real del Perú, el teniente coronel Juan de Santalla. En esa misma fecha, el general don José de San Martín ultimaba los detalles para la proclamación de la independencia del Perú, vale decir, preparaba la proclamación de la independencia de la ciudad de Lima y de la costa norte del Perú. El resto del país, la costa sur, la sierra y la selva; permanecían bajo dominio español; y, los “pueblos libres” que proclamaron su independencia, con el coronel patriota Arenales, desde los meses de setiembre a diciembre de 1820; volvieron a ser recapturados por las huestes del virrey La Serna, con sangrientas represalias, durante el primer semestre del año 1821.
El historiador peruano, Dr. Germán Leguía y Martínez, nacido en Lambayeque, ciudad Benemérita a la Patria; rescató del olvido la gesta heroica, la acción patriótica del pueblo iqueño, en su portentosa obra “Historia de la Emancipación: el Protectorado”, de la cual hemos extraído las siguientes líneas:
La crueldad de Juan de Santalla, oficial español, gobernador y comandante militar de Ica
“Gobernador y comandante militar, por los realistas, de aquella rica faja del litoral, era a la sazón el teniente coronel español Juan de Santalla, hombre de antecedentes tenebrosos; especie de Tenteboco colosal y forzudo; malvado, abusivo y cruel; manchado de deslealtad para con su propia causa, como que era aquel mismo Santalla que, hallándose en los castillos del Callao, entró en traidoras inteligencias con los agentes de San Martín (8). Era el tal sujeto odiado en toda la comarca, por las atrocidades que con sus habitantes había cometido; y basta, para explicarse la aversión que donde quiera se le profesaba, recordar uno de los bandos o decretos que expidió; monumento convincente por sí mismo, sin necesidad de más alegaciones, y que decía:
“Comandancia general del sur.- Los habitantes de este valle, dentro del perentorio y preciso termino de cuatro horas, presentarán en casa del Señor Marques de Campo – ameno (9), tres cientos caballos y mulas suyas, tomándolas de cualquiera persona que las tenga, sin excepción alguna, en inteligencia que no verificándolo dentro de dicho término, serán irremisiblemente pasados por las armas, quemadas y taladas sus haciendas, y pasadas a cuchillo sus familias.
Juan de Santalla
Ica, a las 10 de la mañana de hoy 19 de julio de 1821.
Al señor don Fulgencio Guerrero.

Para que “el público no dudase de la veracidad” de acto oficial tan inaudito, parto diabólico de aquél energúmeno, la Gaceta del gobierno independiente de Lima lo exhibió original en sus talleres por espacio de ocho días (10). John Miller (hermano del general y redactor de las Memorias de éste, con audiencias de sus relatos y en vista de sus apuntes) inserta ciertos detalles y traza algunas enérgicas líneas sobre el carácter de aquel furibundo godo, “como prueba de los males a que los peruanos estaban expuestos, cuando la vara de hierro estuvo confiada a las manos inexorables de un cobarde (como éste) sin principios”; y, refiriéndose al úkase trascrito en el párrafo antecedente, narra así: “Muchos propietarios residían en sus haciendas, y estaban a tal distancia de la ciudad, que era imposible que cumplieran con el requerimiento de Santalla en el término que se les prefijaba; pero tantos patriotas habían sido condenados a muerte; tantas mujeres habían sido violadas por Santalla y su gente; tantos ancianos y aun niños, habían sido con despojo y encarcelamiento, que no deja duda de que habría llevado a efecto su feroz amenaza; y de hecho dio un paso para probar que se hallaba dispuesto a hacerlo.
La resistencia patriota de Ica
El alcalde Zorrillo (11) (Zorrilla) ciudadano rico y respetable, había ocultado un hermoso caballo suyo, que estimaba infinito. Santalla lo descubrió, e inmediatamente dispuso lo prendiesen y llevasen para ser fusilado, a la plaza, en donde de antemano había fijado el banquillo para sacrificar a sus víctimas; pero a cada instante llegaban nuevas noticias de la proximidad de los enemigos que habían salido de Pisco en su busca; por otra parte, los habitantes ya reunidos para salvar por la fuerza a su alcalde, si era necesario, aumentaban en número y daban signos de sus intentos. Confundido Santalla con la idea de los peligros que le cercaban, sacrificó la venganza a su miedo y huyó para atender a su seguridad personal” (12). Los escritores españoles no niegan, sino confirman, aunque con rodeos y eufemismos, los infinitos atentados de su execrable compatriota; y así García Camba insinúa que estos últimos constituyeron el mejor aliado del jefe independiente, cuando dice que éste obró auxiliado de las muchas malas voluntades que Santalla se había desgraciadamente granjeado en la provincia (13).
El teniente coronel Guillermo Miller y la Segunda Expedición Libertadora de la región Ica
Miller, después de desembarcar en Pisco al amanecer del 2 de agosto de 1821, avanzó en son de guerra sobre la villa del mismo nombre, donde según datos tomados en el puerto, existía una guarnición o destacamento avanzado de cincuenta milicianos, desprendidos del grueso de la tropa de Santalla y pertenecientes al cuerpo de cívicos que in nomine mandaba el marqués de Campo-ameno. Tal destacamento, en pleno desconcierto y con una prisa que bien denunciaba su pánico, se apresuró a abandonar el pueblo a los primeros tiros; y se replegó rápidamente sobre Ica, a donde llevó el anuncio del desembarque de la división patriota, que, por su escaso número, apenas si rigurosamente merecía tal nombre. Miller, detrás de ellos, avanzó a Caucato, al norte de Pisco, para seguir a Ica por Cóndor, Chunchanga y Villacurí; e “inmediatamente despachó pequeñas partidas en todas direcciones para procurarse caballos y mulas en que montar una compañía y perseguir a la guarnición de doscientos hombres mandada por Santalla, el cual se había apoderado de cuantas mulas y caballos no pudieron ocultar sus dueños (14).
El tirano gobernador de Ica, Juan de Santalla, huye rumbo a Arequipa
Santalla, cuya cobardía corría parejas con su malevolencia y crueldad, especie de felino incapaz de cuadrarse ante el enemigo, y embestirle de frente (18), impúsose del desembarco y avance de los independientes, relatado con esa exageración natural que el miedo pone en labios de cualesquiera emisarios y trasmisores. Y, juzgando que el jefe invasor mal pudiera aventurarse tierra adentro sin traer consigo huestes respetables, lleno de espanto desocupó en el acto la ciudad de Ica.
Su pánico era inmenso. Cuenta Miller que, “al retirarse, recibió aviso Santalla de que los patriotas que le perseguían no eran más que cien hombres; que sus oficiales reclamaron contra huida tan vergonzosa a la llegada de fuerzas tan ínfimas; que, para justificarse, fingió una carta, que se dirigió a sí mismo y supuso procedente de un realista de Ica, diciendo que la fuerza de los insurgentes pasaba de cuatrocientos hombres; y que enseñó esa carta a los oficiales, los cuales convinieron en que, en tal caso, era propio continuar la retirada” (21).