

| Por: Lic. Jesús Acevedo Herrera
Past Decano del Consejo Regional de Ica
Colegio de Periodistas del Perú
Reg. FPP. 5385
Reg. CPP. 030
Este 2024 se conmemora otro año del acontecimiento más dramático que ocurrió en el Perú y en el mundo hace 41 años, impregnado y enraizado en nuestra memoria, cuando, el 26 de enero de 1983, ocho periodistas: Eduardo de la Piniella, Pedro Sánchez, Félix Gavilán, Jorge Luis Mendívil, Willy Reto, Jorge Sedano, Amador García, Octavio Infante y un guía que los orientaba, llegaron caminando a Uchuraccay, poblado ubicado en Huanta, Ayacucho, a donde acudieron en busca de la verdad y la justicia por la violencia ejercida semanas previas por Sendero Luminoso; y, supuestamente, la población campesina de ese lugar, donde existe la pobreza y la exclusión, la acción política y el uso de la fuerza, la violencia y la muerte, ocasionó la fatal muerte de los periodistas mencionados.
Esta masacre es una historia triste para nuestra profesión y sigue siendo una herida abierta para los que ejercemos el periodismo. Es imposible que podamos olvidar ese ejemplo de amor al oficio que tanto queremos y que no vacila cuando buscamos la verdad, que muchas veces se oculta. Ese ejemplo de los mártires de Uchuraccay es una lección de cómo debemos ejercer el periodismo, lo que no se aprende en las aulas, pero sí en la vida misma.

Uchuraccay es, no solo por la repercusión mediática que causó en esa época, sino también por la controversia que envolvió su investigación, uno de los casos más emblemáticos que vivió el Perú durante los años 1980 al 2000. Sin embargo, 41 años después de lo ocurrido, aún persiste la duda y la controversia sobre esta historia. Es necesario recordar Uchuraccay para mantener una mirada crítica sobre todo ello y lo que actualmente sucede en el país. Si se ha aprendido algo en estos 41 años es que es muy difícil dedicarse a buscar justicia en el Perú.
Para los hombres de prensa es imposible que olvidemos aquella tragedia que se extendió en el mundo. A 41 años de ese profundo dolor, nos volvemos a sentir y se vuelve a ver como si ayer fuese el pasado de los vivido. Los cuerpos desenterrados, el dolor de colegas y todo lo que ha marcado nuestra memoria. Ha sido el hecho más sangriento que nos ha ocurrido, como si fuera uno de los capítulos más tristes que le puede suceder a los hombres de prensa.
A veces pregunto: ¿Por qué no se ha escrito todavía la tragedia de Uchuraccay del 26 de enero de 1983? Ha transcurrido 41 años, suficientes como para tomar distancia y narrarla con esfuerzo y objetividad. Sin embargo, no se ha hecho así. Es imperativo recordar a Uchuraccay, no solo por las víctimas, sino también porque el caso es fuente de lecciones que aún no se terminan de asimilar. ¿Creen ustedes que sería una enorme exageración decir que el Perú de 2024 es idéntico al de 1983? Sin embargo, quien examina la vida pública peruana de la última década tendrá que reconocer que existen fracturas sociales muy parecidas a las de entonces. Pareciera que la muerte, a pesar de todo, es una manera de vinculación en el Perú. En más de 4 décadas de historia de Uchuraccay, no hemos logrado aprender y que, el día de hoy, el triste saldo de 58 peruanos fallecidos recientemente hasta ahora se oculta. No hay verdad, tampoco justicia.
Esta reflexión resulta más necesaria que nunca frente a la grave crisis que vivimos en el Perú. Nuevamente, estamos siendo testigos del retroceso de la democracia y del débil estado de derecho. Hay una pérdida de sensibilidad para valorar la vida, entonces, se le expone. La muerte de las personas en protesta no “es costo social” ni “daño colateral”. Es una afectación irremediable que sume en el dolor profundo a las familias y profundiza las grietas emocionales y culturales de todos nosotros.