Etimología de la palabra prostitución
Segundo Florencio Jara Peña
Hay temas, ahora, que han dejado se ser tabú. Uno de estos es lo relativo a las actividades del bajo vientre. Recuerdo que en Somos, el suplemento de El Comercio, existía una sección llamada El campo de Venus: se lanzaban preguntas de índole sexual que harían enrojecer de vergüenza a E. L. James, el autor de “50 sombras de Grey”. De manera que ni el epígrafe ni el contenido del artículo deberían levantar polvareda, sobre todo si los fines son puramente informativos.
Sobre la prostitución se pueden decir muchas cosas desde la sociología, la medicina, la criminología, el derecho, es decir que es una cantera muy prolífica para las especulaciones intelectuales de cualquier índole. Pero, también puede resultar ilustrativo y no muy aburrido referirse a esta milenaria actividad. Esto es lo que pretendo, sobre todo después de releer, una vez más, “El Evangelio según Jesucristo” de Saramago.
Ando proclamando a los 4 vientos que estoy dominado por una curiosidad malsana, respecto de la que creo que más que una virtud es un defecto. Mis amigos eufemísticamente dicen que tengo el “don de la observación” (que, hay que decirlo, no está incluido en la relación ortodoxa de “dones”). Bueno, lo cierto es que la curiosidad me llevó a cavilar sobre el origen de tan manoseada palabra que antiguamente estaba vinculada únicamente a la prostitución femenina. Es sorprendente la cantidad de adjetivos y sustantivos que existen en nuestro idioma para designar a estas compañeras (o compañeros, para no pecar de machistas) ocasionales, fácilmente superan el medio centenar: casquivana, pelandusca, ligera de cascos, churriana, hetaira, maturranga, meretriz, metresa, pendanga, perendeca, pindonga, prostituta, puta, ramera, zorra, pelleja, peliforra, leperusa, golfa, lechuza, ave nocturna, mujer pública, de la vida, del oficio, del partido, etcétera, etcétera (hay una frase en quechua que podemos incluir en la lista: “charanccara”). No intento hacer un resumen etimológico de todas estas palabras, la labor sencillamente sería monumental, sin embargo hay algo que no ha terminado por convencerme, en cuanto a los lejanos orígenes de la palabra me refiero, es que la mayoría de ellas tienen relación con lo ignominioso, con lo impúdico, con lo protervo, con lo desaseado; en fin, con la oscuridad y todo lo infame (dicen las venerables voces de las “mediocracias” que los espíritus torvos esperan que caiga el telón de la noche para cometer sus fechorías y uno de estos espíritus torvos, de acuerdo a sus orígenes etimológicos, serían las que se dedican al oficio de marras).
Pero, ¿hasta dónde es cierto esto? ¿Es decir necesariamente la prostitución se desarrolla en un ambiente de fango, de sentina, de hedor? Veamos el significado de alguna de estas palabras, por ejemplo: se denomina pelandusca porque va desgreñada, llena de harapos, legañosa, coscándose y rascándose; igualmente puta se origina del latín puteo, putes, que quiere decir “oler mal”, de donde a su vez provienen las voces latinas putor, putoris, mal olor; putesco, putescis, podrirse, heder. De acuerdo a esto, las mujeres (y también los hombres) que se dedican a la prostitución serían -literalmente- repugnantes.
Así como en las ciencias ocurre que una hipótesis, en su tiempo revolucionaria, es superada por la realidad, en este caso también los orígenes etimológicos ya no reflejan el verdadero significado de estas palabras. Tal vez en la infancia de la humanidad, pero luego ya no, pues la historia ha registrado a muchas de estas cortesanas que por el buen gusto y la refinería han marcado las pautas en la moda y maquillaje femenino, y estaban lejos de ser harapientas, legañosas y desaseadas: Laia de Corinto, o Targelia, que ejercieron esta profesión y tuvieron una gran influencia sobre los hombres más famosos, no solo por sus encantos corporales sino también espirituales, culturales. Se dice también que las hermosas modelos que posaban para Caravaggio o Miguel Ángel eran prostitutas, escogidas de entre muchas “honestas”, para mantener la euritmia de sus obras, claro de acuerdo a los cánones de belleza física de la época (ahora pasarían de obesas).
La ficción literaria es donde con más contundencia se ha derribado el mito del ambiente pútrido de la prostitución. El Premio Nobel José Saramago hace la descripción literaria más pura, transparente, sensual y erótica, a mi gusto, del primer contacto sexual que tuvo Jesús, el personaje histórico no el deificado, con María de Magdala. Antes de dejarse aprisionar, para siempre, con la desnudez, con la redondez de los muslos suaves y el aliento a trigal de la divina prostituta, recordemos que fue beatificada, el joven Jesús se sorprendió “porque nunca había visto nada tan limpio y ordenado, a diferencia del hogar de su madre (…). La cama no es aquella rústica estera tendida en el suelo con un cobertor pardo encima, este es un verdadero lecho, con cobertores, con colchas bordadas de lino de Egipto, perfumado con mirra, aloe y cinamomo” (1). En ese ambiente perdió Jesús su virginidad, si cabe el término, y su divinidad. De haber sido María de Magdala una harapienta, desgreñada, desaseada y sucia prostituta, como lo sugiere el origen de esta palabra, tal vez el verbo no se habría hecho hombre.
Estas cavilaciones no pretenden ser un panegírico de la prostitución, no, por supuesto que no, tampoco un ensayo filológico, sino tan solo dejar entrever la posibilidad de que el origen etimológico de una palabra no necesariamente es de aplicación actual, pero por sobre todas las cosas es el resultado del placer de leer y escribir por escribir.
Solo literatura, el vano oficio.
1. Este y otros pasajes de esta novela son considerados unos de los más eróticos, junto a otros dl “Canto a Saffo”, o del “Amante de Lady Chatterley”, entre otras novelas capaces de disparar, en los lectores, los niveles de la libido hasta la estratósfera, incluso de los más redomados anacoretas.