La Navidad debe ser de los más pobres

 Por: Lic. Jesús Acevedo Herrera

 Past Decano del Consejo Regional de Ica

Colegio de Periodistas del Perú

Reg. FPP. 5385

Reg. CPP. 030


Estamos celebrando la Navidad, que para muchos representa un tiempo de unión, alegría y esperanza por el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, y muchas veces se convierte en una fecha dolorosa para quienes enfrentan la pobreza, abandono o situaciones de vulnerabilidad extrema. En esa cruda realidad social que vivimos, se refleja en nuestras mentes miles de hogares que carecen de lo esencial para una celebración digna.

Es necesario decirlo, en pueblos jóvenes y comunidades rurales y urbanas, muchas familias no tienen acceso a tener una vivienda adecuada, comida suficiente o recursos básicos como agua potable y electricidad. Para ellos, la Navidad es tristeza, hambre y desolación, y la existencia de los niños, principales receptores de alegría en esta época, enfrenta el abandono de un sistema que muchas veces no logra garantizarles educación, salud ni protección.

Además, la soledad se suma a la pobreza en los hogares donde los adultos mayores son olvidados o los niños crecen sin la presencia de sus padres, quienes muchas veces migran en busca de un futuro mejor. La desigualdad social se hace más evidente en estas fechas, mostrando la urgencia de tener una sociedad más solidaria y comprometida.

La reflexión que oculta esta cruda realidad en una vida social puede denominarse que es una “hipocresía social navideña” o “indiferencia colectiva disfrazada de celebración”. En muchos casos, las luces, las compras y las reuniones típicas de la Navidad funcionan como una cortina que oculta o minimiza la gravedad y el abandono que persisten en nuestras sociedades. Es una dinámica donde el consumismo y las apariencias predominan, dejando de lado el verdadero espíritu de solidaridad que debería caracterizar esta época.

Mientras algunos disfrutan de abundancia y celebración, otros sobreviven en la miseria más absoluta, muchas veces ignorados por quienes tienen los recursos para ayudar. Diremos que se genera una desconexión entre el mensaje original de Navidad y las acciones reales de una sociedad que, en su mayoría, prioriza intereses individuales sobre el bienestar colectivo.

El verdadero espíritu de la Navidad no está en lo que damos a quienes nos rodean, ni en lo que compartimos con quienes más lo necesitan. Esta fecha no debería ser una excusa para el derroche, sino una oportunidad para reflexionar sobre lo que podemos hacer por los demás. Mientras celebramos con abundancia, recordemos que hay hogares donde la mesa está vacía y corazones que laten en soledad.

¿Qué sentido tiene una Navidad llena de regalos, luces y manjares si no hemos hecho nada por cambiar la realidad de quienes sufren?

El año 2025, y muchos más, el mejor regalo que podremos ofrecer no está envuelto en papel brillante: es nuestra empatía, solidaridad y compromiso por construir un mundo más justo.

Cambiar nuestra actitud empieza por mirar más allá de nuestra comodidad. Una pequeña acción, un plato de comida, un abrazo, una palabra de aliento o un gesto solidario pueden transformar la tristeza de alguien en esperanza. En la Navidad, hagamos que nuestro amor sea la luz que ilumine la vida de quienes más necesitan.

Dios mío, ilumínanos y abre nuestros corazones a la compasión verdadera. Ayúdanos a ver más allá de nuestras propias necesidades y a reconocer el dolor de quienes sufren en silencio. Danos la fuerza para actuar con generosidad, la humildad para tender la mano sin esperar nada a cambio, y la sabiduría para entender que en cada acto de amor estamos cumpliendo tu voluntad.

Que la Navidad no sea solo una celebración, sino una transformación. que nos inspire a vivir con solidaridad, a dar esperanza donde parece que no hay, y a ser luz en la oscuridad de los demás.

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