
| Mg. Juan Carlos Romaní Chacón
Presidente del Comité Patriótico Bicentenario
de la Independencia del Perú – Provincia de Ica
6 de agosto de 1868 – 2023
155 años del fallecimiento del general Juan Pardo de Zela y Vidal, prócer de la Independencia del Perú
El joven español americano Juan Pardo de Zela y Vidal, nacido en El Ferrol – España, pero criado desde niño en América, también sufrió el desprecio y marginación de sus paisanos, los españoles peninsulares. Lo mismo ocurrió con Juan Antonio Álvarez de Arenales, también nacido en España y criado y educado en América. Ambos bravos soldados renunciaron a los ejércitos del Virreynato del Perú y se pasaron a las huestes patriotas, cansados de las humillaciones por el solo hecho de no haber sido criados y educados en la madre Patria.
Y en Ica, ambos héroes olvidados dejaron su huella de coraje y resistencia. Arenales capturó la ciudad de Ica el 6 de octubre de 1820 y plantó la bandera de reclutas en la plaza de armas de Ica, y desde aquí dirigió las primeras operaciones militares victoriosas en todo el ámbito de lo que hoy es el departamento de Ica; luego dirigió la Expedición de la Sierra, por orden del Libertador San Martín, tomando las ciudades de los actuales departamentos de Huancavelica, Ayacucho, Pasco, Junín y Lima… enarbolando la Primera Bandera del Perú independiente, creada oficialmente mediante decreto firmado por San Martín en Pisco, el 21 de octubre de 1820, y, en la misma fecha, proclamando la independencia de Ica en cabildo abierto.
A su turno, Juan Pardo de Zela, el prisionero de guerra de la gran fortaleza del Castillo Real Felipe, del Callao, fue puesto en libertad por un canje de prisioneros gestionado por el Libertador San Martín. El joven, y a la vez veterano oficial, Pardo de Zela llegó a Ica en setiembre de 1821, con la misión de crear los Regimientos de Caballerías de Milicias Cívicas de Ica para la autodefensa de estos territorios, en base a los bravos campesinos y arrieros iqueños. Desde el cuartel general de Ica envió armamento y partidas de guerrilleros patriotas para apoyar a nuestros hermanos de Huancavelica y Ayacucho, en coordinación directa con el general José de San Martín. Sin embargo, el legado de ambos próceres de la independencia sigue durmiendo en un rincón de los archivos y bibliotecas del Perú y el extranjero. Nosotros, modestamente, ofrecemos a la nueva generación de iqueños del Bicentenario algunos datos que demuestran la calidad humana, la gran inteligencia y preparación militar de estos ilustres personajes, que merecen libros, revistas, series de televisión y películas.

Juan Pardo de Zela, en sus memorias nos dice: “…el virrey Pezuela fue depuesto por sus mismas tropas y el general La Serna fue nombrado para sucederle; notabilísimo contraste, el uno todo ferocidad, brutalidad e ignorancia, y el otro todo humanidad, política y capacidad. La administración varió de política y con ella participamos nosotros de su influjo: dos horas se nos concedieron por la mañana para que tomásemos ambiente y otras dos horas por la tarde, con ellas íbamos vivificándonos después de siete años de un encierro perpetuo y sin contemplación. Empero, cuando lo empezamos a tener fue después de haber hecho desaparecer la guadaña de la muerte de algunos de nuestros jóvenes compañeros, y cuando el mayor número gozaba libertad; sin embargo, vivíamos entre la esperanza y el temor que nos hacía esperar con resignación que nuestros males ya no serían duraderos. En uno de estos melancólicos días se presentó en la prisión el señor Abreu, que se decía generalmente ser un agente del gobierno español para mediar en las desavenencias y reclamos de patriotas y realistas. Me cupo la felicidad de tener una reunión con él; recorriendo su vista por el recinto de nuestra prisión y después de haberme oído, me consoló que muy pronto desaparecerían nuestros males y quejas, horrorizado al observar el tenaz capricho de nuestro opresor y el inmundo sótano donde con tanta resignación sufríamos por un sistema que era imposible pudiese retrogradar. Este humano español consoló nuestro infortunio con sus mal concertadas palabras y me prometió interponer su influjo para que cesasen nuestros males. Lo cumplió.
A los pocos días se nos hizo saber estábamos canjeados y que debíamos marchar tan pronto como el general San Martín mandase un buque que nos condujese. ¡Que iris tan consolador! ¡Y en qué momentos! En el que cabalmente la guarnición de la fortaleza proyectaba entregarla al ejército patriota. Su jefe correspondió mal a la confianza que en él se había depositado, burlando nuestra esperanza y la del general que nada le mezquinó y que sirvió para sus disipaciones …Sin embargo, el batallón Numancia arrojó el pabellón español que sostenía, capturando a sus dos jefes: eran colombianos y no quisieron por más tiempo ser los instrumentos de la opresión y avasallamiento de sus hermanos; buscárosles y los encontraron para darse el abrazo de fraternidad engrosando las filas libertadoras, al paso que este suceso hizo desmayar a los españoles, adoptando otro plan de resistencia.
El 3 de mayo de 1821 fue el día destinado para la aurora de mi libertad y la de mis siete compañeros. Recibimos en él la orden de dejar nuestro cautiverio para embarcarnos en la goleta “Dolores” (a) “La Golondrina”, que fue la destinada para recibirnos, y nuestro corazón sobresaltado desconfiaba entre el temor y la alegría: no creíamos lo mismo que tocábamos, porque aún en nosotros había desaparecido la esperanza después de siete años, cinco meses, dieciocho días, en que agoté todos los recursos de una filosofía consoladora, poniendo en ejercicio una paciencia que no pudo ser contrarrestada por las ofertas de una humanidad interesada, y siempre esperanzado en ver la aurora de mi libertad o bajar al sepulcro resignado con no haber degradado un pacto solemnemente jurado a la faz del universo, en que fueron testigos el cielo y los hombres, muchos de ellos compañeros de mi infortunio, a pesar de que mi situación era más penosa, en razón de que mi presencia irritaba a los que me consideraban que había renunciado a una patria legítima por solicitar una adoptiva que aún no estaba formada y que se luchaba por conseguirla…”