
| Por: Guillermo Alfonso Uribe Lengua
Administrador y creador de contenidos
del grupo de Facebook «Iqueños en la Historia»
Nadie se acuerda cómo llegaron a nuestra querida Ica los primeros chinos y japoneses, a buscar una esquina donde poner sus negocios; eran visionarios al momento de poner sus tiendas de abarrotes, peluquerías, venta de comida, para después incursionar en venta de artefactos electrodomésticos, chifas, joyerías y pollerías.
No encontrabas en nuestra querida tierra chinos o japoneses vendiendo telas, ese rubro era exclusivo de palestinos, jordanos y árabes.
Cuando aparecieron, solo sabíamos que eran hijos del sol naciente y de culturas milenarias, que llegaban al Perú hacinados en barcos, en búsqueda de un futuro mejor, y su destino fue la tierra soleada que fundara don Jerónimo de Cabrera.
Me ubico en la esquina de las calles Urubamba con La Mar y mi niñez me lleva a recorrer sus calles. Salía de Camaná los sábados por las tardes, era muy niño, tendría 6 o 7 años, eran los días que mi madre juntaba mi uniforme -tipo comando- del colegio con la ropa de mis hermanos mayores, era hora de ir a comprar carbón; tomaba mi bolsa de papel, esas bolsas que vendían en las antiguas pulperías, que en la parte superior tenían de adorno dos asas de pabilo blanco.
Salía de Camaná, cruzaba Bolívar y llegaba a la panadería Felipa. Como digo, era un niño todavía; frente a mi estaba la casa de los dueños del “urbano” azul, esa imagen la recuerdo, como un video que pasa por mi mente; en la puerta los cobradores, con su capachera de cuero llena de monedas, con sus talonarios de boletos para sacar las cuentas, tal vez.
Al frente había una casa con muchos ventanales, ocupaba toda una cuadra hasta la esquina que daba con la plazuela Barranca; por ahí paraba el Loco Tiritas -cuenta la historia que se apellida Lengua y que había sido muy inteligente-. Recuerdo que cruzaba toda la plazuela. Para un lado todos aquellos que alquilaban revistas, con su andamio con marco de madera y cartones cruzados con piola delgada para sostener los cómics, había de todo: Superman, Archie, Hermelinda Linda, Sandokan, tomos argentinos que traían 4, 5, 6 o 7 historietas, todas juntas; llegaba a la esquina de Ayacucho para caminar luego hasta la embotelladora Pisco Vargas, se sentía ese olor fuerte al antiguo aguardiente iqueño, yo seguía mi camino, subidito a la acera, en la misma recta de la Pisco Vargas, caminando para la calle La Mar.

Esquina de las calles La Mar y Urubamba, donde estaban
ubicadas la fonda de Suchi y la carbonería de Masao
La esquina de Suchi la tengo retratada en mi mente: una casona vieja con dos ventanales antiguos, con algo de madera vieja como su pared; Suchi vendía comida, era famoso por su cau cau; amigo de mi tío Kunike. Mi tío era muy conocido en Paita, dirigente del Club Octavio Espinosa de Ica; mi tío me contaba que a veces llegaba con su camión para que Suchi lo atienda. Suchi, como todo japonesito de la época era muy ocurrente, como el chinito Chantimon del barrio del Club Bolognesi.
Unos metros antes de llegar a Suchi había una casita vieja, destartalada, depósito y venta de carbón; era Masao, japonés alto, con ropa siempre manchada de carbón y calzado con sandalias.
Pedía dos kilos de carbón, tenía su balanza pata de gallo; era el carbón que usaba mi madre para su plancha, aquellas planchas antiguas de fierro, con un gallito en la parte superior para correrla y cerrarla. Tiempo después me enteré que ese japonesito era hermano de Suchi.
Había otros chinos y japoneses muy conocidos en nuestros tiempos: Yamashiro, Ito, Makabe, Wong, Loo, Lau, Laos, Higa, Yamano, Yshida, Kong, Kamt, koo, Yemheng, Chang y muchos más que vinieron de tierras lejanas.
Suchi paraba en su puerta que daba a La Mar, cigarro en boca y con periódicos con muchas letras que eran como garabatos, que llegaban de su tierra. Lo recuerdo.
Años después, mi tío Juan me contó que un día llegó en su camión a comer su cau cau, se sentó en una mesa, Suchi lo atendió como a él le gustaba y mi tío, para comer tranquilo, le dijo:
– Suchi, fíjate en mi espejo del camión que ya la vez pasada me robaron los dos.
Suchi, con esa forma de hablar propia de los japonesitos, le respondió:
– No pleocupalte amigo Kunike, tu comel nomás; y se sentó en la puerta a seguir leyendo y a seguir fumando.
Mi tío Juan terminó, le pagó, salió y subió a su camión y se dio cuenta que le habían robado el espejo del lado derecho, del otro lado.
Se bajó requintando a Suchi, porque no cuidó lo que le había dicho.
Suchi, con esa voz pícara al ver a mi tío Juan molesto, le respondió:
– Mila Kunike, tu decilme cuidal espejo y yo cuidal este espejo (señalando el que quedaba para la vereda) no el otlo espejo.
Así era Suchi de ocurrente, y así era mi tío, su gran amigo.
Cuánta historia en esa bendita calle Urubamba, cuánta historia en esa bendita calle La Mar, cuánta historia en esa esquina.
¡Viva Ica, señores!!!!
¡Viva su historia!!!
¡Viva el Grupo de Facebook Iqueños en la Historia!!!