| Escribe: Félix Armando Picasso Guerrero
Para todas aquellas devociones que ven en su NEGRITO, ese cobrizo crucificado de Luren, que nos espera con los brazos abiertos, la imagen del AMOR….
Con gran y atenta emoción viví la llegada de las “Altareras”, aquellas imágenes campesinas y lugareñas de la Madre de Dios que acompañan a la “mamita de Yauca” desde sus vísperas hasta su salida procesional, iniciándose así las festividades del mes morado de octubre, en este país que lucha por conservar sus costumbres religiosas ancestrales.
Es que mientras que Yauca, con todas sus solemnidades (la “peoncita”, el “jueves de comadres”, el barrido y la peregrinación nocturna -antes tan llena de vivencias- y la misma procesión) evocan ese sabor a campiña, ese sabor a quebrada debido a la rica mezcla cultural y ese llamado a la Ica campesina con sus especiales melodías plagadas de elementos propios de este terruño en el sur medio. Ica es cholo, es criollo, es -por eso- notoria mezcla y allí están los bailes de los negritos que en Navidad y Año Nuevo acompañan el dulce estar de aquel Niño que busca la paz en el mundo. Parecida ha sido la melodía que acompañaba el avanzar esas pequeñas cuatro imágenes, corta, repetitiva pero muy singular; era como el redoble de tambores que anuncia una esperada llegada. Algo parecido encontramos en esa especial entonación con que las cantoras en Lima acompañan el paso procesional del Cristo de Pachacamilla y que se hicieron presentes gloriando al Cristo de Luren a su ingreso a este nuevo pero evocativo Santuario.
Debemos recordar que en sus inicios el culto al Señor de Luren era un culto campesino. La simple ubicación del templo, en Lurinica y que era parroquia de indígenas, así como su primer novenario, el del doctor Don Manuel Sordo de Noriega, de 1779, era de “Rogativa de Aguas”. Es que esa siempre ha sido y es la necesidad de nuestro pueblo, que nuestras tierras, ricas en elementos nutrientes pero pobres por la falta del líquido elemento, permita estas demuestren que están en una zona “bendita por Dios”.
Todos los días en ese primer novenario, que tuvo vigencia hasta 1976, se pedía “el rocío de las aguas que fertilicen los campos” para que nuestros lugareños, donde campea el minifundio, puedan alimentarse y obtener beneficios económicos. Igual invocación se hacía diariamente a la Dolorosa, su acompañante, Nuestra Señora de las Angustias y Reina de los Mártires.
No debemos olvidar que en nuestra pequeña historia, fervor y tradiciones locales siempre estuvieron motivados por la presencia de ese elemento tan necesario para la vida; ese líquido llamado AGUA.
Nuestros antepasados preincas encontraron que las capas del subsuelo cercanas a la superficie se mantenían húmedas. Es así que escarbaron y, nivelando esos terrenos, sembraron por extensiones. La semilla, envuelta en una cabeza de anchoveta, con la humedad, eficazmente germinaba, propagándose así el cultivo en HOYAS cuyos vestigios todavía están en las Pampas de Villacuri y Chunchanga.
El mítico Pachacútec, por el amor de una nativa iqueña, construyó el canal de la Achirana. Cerro Prieto, nuestro Apu local, se dice fue un volcán de agua que “fajó” Fray Ramón Rojas de Jesús María, el Padre Guatemala, conocido como El Apóstol de Ica por nuestros padres y abuelos. Fray Ramón también realizó el milagro de Pozo Santo, donde invocando al Supremo Hacedor se logró saciar la sed de sus acompañantes, en aquel recordado peregrinaje entre Ica y Pisco. Existe un puente “Mantible” nombre que nos trae al recuerdo épocas quijotescas con un barrio de “Arranchacapas” donde el diablo, que solía venir para divertirse, “perdió el poncho”.
Es curioso, el rio Ica en su antiguo cauce pasaba muy cerca de Cerro Prieto, dotando así de humedad esas zonas que posteriormente fueron alimentadas por “La Mauricia’. A inicios del siglo pasado visita el Perú el Ing. Charles Wood Sutton y, con la finalidad de que la extensión del valle cultivable iqueño se amplíe, sugiere que el cauce del rio se modifique a fin que sus aguas desemboquen al mar más al sur. Esta alteración, ya que todos los ríos costeños -desde su origen hasta su desembocadura- son perpendiculares al mar, ha generado que Ica ciudad sufra inundaciones dada la artificial modificación.
Pero Ica es un pueblo luchador y agradecido con sus devociones. Allí están nuestro “Negrito”, el Señor de Luren, y nuestra Virgencita de Yauca, ambas tallas destinadas a otros lugares pero que decidieron quedarse, porque sabían que los necesitábamos. En ellos se nutre nuestra idiosincrasia y nuestra FE…