Escribe Félix Armando PÎcasso Guerrero
A la memoria de mis queridos padres y esposa, Esther, Julio Armando y Pili, respectivamente…
Como “Valdelomar y la Procesión del Señor de Luren en Semana Santa”, hace 24 años, una desaparecida LA VOZ DE ICA soportó una más de mis inquietudes periodísticas. Lo que traté fue de recoger ese sentimiento tan singular de quien VIVE su terruño, escogiendo algunas de esas sus vivencias descritas ante el respetado, portentoso y mágico desfile del Jueves Santo iqueño, donde ese Cristo crucificado, talla foránea de culto todavía local y pueblerino, pasaba bendiciendo en su recorrido a los contritos corazones que deseaban orarle a la luz de los faroles y de la luna llena que siempre la acompañaba con esa intensidad alabastrina que sobrecogía e invitaba a la reflexión, y que también resalta para Notre Dame de Paris Fulcanelli, volcándola intensamente en su singular “El Misterio de la Catedrales”.
Esta descripción la hace Abraham, Conde de Lemos, en su “novela corta pastoril” YERBA SANTA escrita en 1904, a sus 16 años. Ica era muy pequeña -y hasta se puede decir campesina- ya que para salir de la zona urbana sólo era menester recorrer dos o tres cuadras y nos encontrábamos en las “alejadas” parroquias de indígenas de Santa Ana y de Luren. Existe, después del excelente levantamiento topográfico hecho en 1859 por los Ingenieros Mario Alleon y Eugenio Schreiner, recogido en el Atlas Geográfico del Perú de Mariano Felipe Paz Soldàn, uno más pequeño, pero sumamente interesante, de 1900, donde en la Monografía sobre Huacachina hecha por los doctores Manuel O. Tamayo Moller y C. Alberto García, y en un Plano de ubicación de la laguna y sus alrededores, se da una idea precisa de los límites citadinos dentro del tema principal que era propagar los beneficios curativos de la cocha verde, es decir, lo que Ica abarcaba en esos momentos que vivió Valdelomar, eternizados a través de su fecunda pluma. A mayor abundamiento, existe una panorámica tomada por Max Uhle desde el entonces Mirador de la Casa Picasso (ubicada en la esquina de los jirones Lima y Libertad) que abarca la zona sur de la ciudad, donde se aprecia claramente que Luren estaba completamente fuera del casco urbano. El arqueólogo y sabio fue compañero de universidad -en Alemania- de mi abuelo paterno Félix Ramón Picasso Mena y durante su estadía en esta Villa de Valverde se alojó en la casona familiar de la Plaza de Armas.
Revive el Zambo Caucato: “como se recuerda un sueño, el día de “Jueves Santo” era el Día del Señor de Luren, el patrón de mi pueblo”. Dice que recibía esa Ica devota ofrendas de todos los pueblos comarcanos, De Cañete llegaban ricos caballeros “en potros briosos, brillantes, ricamente aperados… y desfilaban por las calles montados en caballos “de paso” de grácil andar femenino, larga y peinada crin, vibrantes hijares, ceñida cincha, negro y lustroso pellòn,…” mientras el ambiente ciudadano era de luto, Se llevaban flores, zahumadores de filigrana, cirios gruesos y decorados, o ramos grandes de albahaca (esta labiada fue compañera del romero en esas manifestaciones de devoción masiva).
“Sonaban a muerto las campanas”, pero se oía a los vendedores que cargaban balaes tejidos con carrizo “forrados en pellejo de cabritillo” que anunciaban su mercancía:
“¡Pan de dulce, pan de dulce! ¡A la regala! ¡Pan de dulce!”
Eran los deliciosos bizcochos de todo tamaño, “y ora llevaban dibujos los de a diez reales; y ora eran bañados con azúcar los de a cuartillo (Nota: Este es el actual Pan con camisón); y aquellos tenían almendras y esotros llevaban canelones y todos eran manjar imprescindible en el duelo aldeano de la cristiandad”
Esa Iglesia, la del incendio, conforme la describe Valdelomar, “era pequeña como albergue de pobre, pero blanca, tranquila y soleada.”. Cuatro hileras (dos a cada lado) perpendiculares de jóvenes ficus, ambas a los extremos del templo, daban la bienvenida al peregrino. De enrejado frente, lucía su “Cruz de la Pasión” en el atrio, donde el sol y la luna a los extremos, el manto de la Verónica, el gallito que cantó tres veces, la corona de espinas, la lanza de Longinos, la escalera, el martillo, los clavos y demás elementos del drama del Gólgota eran tradicionalmente representados en tallados de madera añadidos al sagrado signo. En la única nave, “sobre las columnas y a la altura del techo, la fila de cuadros con los “pasos” del calvario, viejos cromos con sendos marcos antiguos, pobres y desmantelados altares provistos en toda hora de margaritas y albahacas, entre las cuales agonizaban las amarillentas lenguas de los cirios, y aquí y acullá, en dispersión y desorden, todo linaje de “reclinatorios” con sus respaldares de totora, y, en la madera rústica de sauce, las iniciales de sus poseedoras”.
“El día de la procesión, las gentes más distinguidas del lugar la presidían. A las nueve de la noche, con extraordinaria pompa, salía el cortejo de la iglesia… Salían las andas con sus santos y santas, pomposos sus trajes de oro y plata relumbraban a las luces amarillas de los cirios”. No había iluminación de farol (sólo el anda del Crucificado con la Magdalena a sus pies tenía cuatro grandes en las esquinas y seis pequeños a cada lado, así como cuatro al frente y cuatro detrás, también pequeños que la bordeaban) pero eran días de obligatoria luna llena. En esta procesión acompañaban al Calvario las andas del adorado Hijo, San Juan, y la del primer Papa, San Pedro, el pescador de hombres; “las luces, el zahumerio, el perfume suave y exquisito de las albahacas, el singular olor de los cirios que ardían, la marcha cadenciosa y lamentable de la música, que desde la capital era enviada especialmente y el contrito silencio de las gentes, daba a ese desfile religioso, admirable, amado y único, un aspecto imponente y majestuoso”.
De Julio César Nieri Cardona, con gran alma sensitiva, dentro de un poema, cual oración sublime, extraemos algunos versos donde describe este paso procesional perennizando así dichos momentos:
A la salida, en el crepúsculo:
“La luna desde lo alto contempla encaramada
en la ventana abierta de su palacio azul,
el paso de los fieles que lloran al rezar,
y baña con su plata la grey acongojada,
con rayos que atraviesan el misterioso tul,
sombrío de los cielos que se abren para orar…”
Al regresar al templo, en la alborada:
“La dulcedumbre santa del rostro lastimero
bañado con su sangre, nos habla al corazón.
Despierta al misticismo su aroma de romero;
de sus heridas brotan efluvios de perdón…
Sus ojeras enormes, su faz ensangrentada,
el brillo milagroso de su cuerpo al sentir,
el beso de la Aurora sobre la inmensidad,
reflejan en la vasta plaza enarenada,
las ansias que sintiera su espíritu al morir
para salvar el alma de la Humanidad.”
De esas épocas no existe mayor iconografía ya que el uso de estampas conmemorativas con la imagen crucificada recién aparece en las primeras décadas del siglo pasado, con la emisión de postales que lanza la Librería iqueña de Jesùs María bajo la entusiasta dirección del P. Enrique Perruquet (CRIC) y como primera de una serie alusiva a Ica, perennizándose la desaparecida figura. Para finalizar, el antiguo Colegio de San Luis Gonzaga, alma mater de la iqueñidad, tuvo una publicación (periódico escolar) llamada “Eco Juvenil”, y de un ejemplar del 29 de octubre de 1919, de autor anónimo, y dentro de unos versos dedicados “Al Señor de Luren, el de la imagen quemada” le implora:
“Señor de Luren, Dios de mi tierra,
Tú eres imagen cual nunca vimos:
carne de angustia forma tu cuerpo;
tu muerte palpan los seres vivos.”