Cajón de sastre

Jueces, literatura y cine

Segundo Florencio Jara Peña

Hace unos días leyendo un libro me topé con una afirmación que tal vez suene a una herejía judicial. El libro trata sobre jueces y cine, publicado, para mayor inri, por el propio Poder Judicial. Se afirmaba en él que el cine -yo le añadiría que la literatura también- resulta siendo más útil en la formación práctica de los jueces, antes que un doctorado o cualquier otro curso de postgrado puramente teórico. Decía el autor, el mexicano José Ramón Narváez Hernández, que “no siempre un doctorado es lo más conveniente para un juez que desea aplicar sus conocimientos a la práctica”, pero reconocía que “[D]etrás de toda decisión judicial, hay siempre una teoría, por más magra que esta sea”. No niego que la base teórica sea un soporte fundamental en la labor judicial, pero muchas veces estos diplomados y maestrías se desarrollan divorciadas de la práctica judicial, con fines puramente utilitarios para la carrera escalafonaria. El representante del ente que nombra jueces, quizás abrumado por el afán mercantilista que le ha restado rigor académico a estas capacitaciones, proclamó que se desterraría la “cartonitis” en los procesos de selección. Eso no quiere decir que neguemos la existencia de muchos centros de estudios de prestigio a los que no se puede poner en tela de juicio ni su seriedad ni su rigurosidad académica. En fin, ese es otro tema.

La historia ha documentado, desde la generalidad, los hechos acontecidos en la sucesión lineal de los tiempos, en tanto que la literatura y el cine, puramente ficción algunas veces o basados en hechos reales algunas otras, ha documentado también esos acontecimientos, pero a través de hechos particulares, actividades cotidianas, anodinas, domésticas, pasionales, personales, carnales, viscerales, que la historia oficial no las ha considerado. Los casos sometidos a conocimiento de los jueces son precisamente idénticos a estas historias particulares, entonces, vistos de este modo, son una rica veta para la formación judicial, pues los problemas jurídicos que se pueden extraer de ellos, y de hecho se extraen siempre, son como los que suceden en la vida real. Esta especie de caleidoscopio social manifestado en la literatura y el cine  tal vez pesen más a la hora de la formación práctica de los jueces antes que cualquier curso puramente teórico, ya que en su trama se desatan una serie de conflictos, desde los filosóficos, morales y éticos, hasta los pedestremente legales, son como simuladores de la vida real que pueden ser trasladados a los tribunales. Claro, no serán de ayuda para el derecho notarial, el registral o el corporativo, pero si para las ramas más vivas del derecho. 

Pues bien, después de tan inútil digresión, quería comentarles un libro. Un libro hecho cine además. Se trata de “El Lector”, de Bernhard Schlink, llevado al cine con el título de “Una pasión secreta”. Tanto el libro como la película lo pueden disfrutar como lo que es, puro entretenimiento. O hallarle algunas otras aristas que les mueva a reflexión. La trama gira en torno al romance de un estudiante de quince años con una mujer veinte años mayor. Está ambientada a trece años de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Asaltado repentinamente por una crisis de su enfermedad, el muchacho es acudido, en plena vía pública, por la mujer, una oscura y analfabeta cobradora del tranvía del pueblo; al cabo de unos días y en agradecimiento el adolescente vuelve a la vivienda de la mujer llevándole un ramo de flores; ese día el muchacho es deslumbrado por los torneados muslos de la mujer a quién fisgoneaba cuando se calzaba las pantis, pero es sorprendido por esta y huye avergonzado, sin embargo días más tarde volverá e iniciarán una extraña relación, al comienzo puramente sexual pero luego se torna muy apasionada, sobre todo por el menor. Al cabo de un tiempo la mujer es ascendida en el trabajo y abandona el pueblo sin despedirse del niño. Años después, cuando el muchacho, estudiante de Derecho en una ciudad más grande, concurre, a guisa de prácticas abogadiles, a los estrados judiciales a presenciar el juicio al que eran sometidas unas antiguas agentes de las SS hitlerianas, por haber dejado morir a trescientas personas en uno de los tantos campos de concentración de la hecatombe judía, reconoce a la mujer.

Dicen que la realidad siempre está un paso delante de la ficción. A partir de esa sencilla trama me inquiría cómo resolver un caso así si en la actualidad se denunciaba a una mujer por tener relaciones sexuales con un menor, varón, de catorce años, así este haya sido el gestor de la iniciativa carnal. ¿Habría que aplicarle fríamente la draconiana sanción contenida en la ley peruana porque el consentimiento del menor no exime de responsabilidad penal a la mujer? A propósito, en sociedades machistas como las nuestras es motivo de alarde, incluso algo que esté bien visto, que un muchacho se inicie sexualmente con una mujer madura es el sueño erótico de muchos adolescentes, la mujer en estos casos es idealizada eróticamente en forma positiva. La literatura, como la película que comentamos, está plagada de historias como estas y a nadie, dentro del contexto de la ficción, se le ocurriría denunciar estos estupros. Sucede todo lo contrario si los papeles se invierten, si la mujer es la menor y el varón el adulto seductor. Resulta difícil concebir que una niña tome la iniciativa o que sea la fisgona o que, a hurtadillas, contemple con admiración erótica el cuerpo del adulto. Ese tipo de relaciones causan repulsa, inmediatamente nos viene a la mente, como un baldón, la palabra pedofilia. Dicen que la realidad es más rica en matices que la ficción.      

El otro aspecto que me dejó reflexionando fue la respuesta de la mujer, una funcionaria que cumplía al pie de la letra las leyes y directivas hitlerianas, cuando fue interrogada por uno de los jueces. Años antes, durante los procesos de Núremberg, fueron juzgados también jueces y abogados por haber aplicado las leyes del estado nacionalsocialista. Aquella mujer, ante la recriminación, más que pregunta, de por qué había dejado morir a aquellas personas contestó: “sólo cumplía las leyes, Ud. Qué hubiera hecho en mi lugar”.

El Juez sólo atinó a mirarla, desconcertado.

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