Por: Raúl Bravo Sender
La complicidad de la izquierda y sus variantes
Lo que está ocurriendo en Venezuela, país en el que hace veinticinco años se instaló el chavismo, representa el punto de quiebre de un régimen que la única revolución que ha logrado durante este cuarto de siglo es que un país que lo tenía todo para ser una nación próspera, su gente se haya hundido en la miseria y la mendicidad, escapando hacia otros países en búsqueda de condiciones y oportunidades para vivir.
Violación de derechos humanos, concentración de poder, menoscabo de las instituciones democráticas, deterioro de la economía de los hogares, expropiaciones, corrupción, clientelismo, populismo, censura, desapariciones forzadas, secuestros, asesinatos, represión de libertades, bloqueo, imposición del miedo y el terror, y más, es lo que ha sembrado y cosechado el chavismo entre los venezolanos.
El discurso de esta autocracia se construyó sobre el odio, el resentimiento, la división, y el culto al tirano, despojando de individualidad a las personas para dotarlas de una identidad sumisa al colectivismo. Con ello se erosionó al pilar de la interacción social que es la iniciativa privada de emprender una actividad económica capaz de satisfacer las necesidades del otro y las propias, destruyendo así las condiciones del desarrollo económico y de la prosperidad.
Pero no lo logró solo, pues a nivel internacional fue capaz de tejer una red de regímenes gubernamentales aliados que jugaban en pared para extender el ámbito geográfico de influencia en la región, generando confrontaciones donde no las había para capitalizar una inexistente animadversión hacia el capital y la empresa privada, que son el motor de la verdadera revolución espontánea que se genera en la sociedad.
La izquierda -que incluye a todas sus variantes- fue cómplice de que el chavismo creciera y se legitimara en la sociedad. Desde los más extremistas comunistas hasta los moderados caviares y progresistas, e incluso los social-democráticas, en mayor o menor medida, defiendo lo indefendible, ayudaron en justificar a un régimen autocrático que se alimentaba de las libertades a la par que socavaba las bases democráticas.
Cuando a estos personajes se les preguntaba si es que acaso en la Venezuela chavista había democracia o si se garantizaban los derechos humanos, volteaban la mirada haciéndose los desentendidos, siendo reacios a reconocer que el chavismo fuera un régimen autocrático. Situación que no se limitó a la región latinoamericana, pues incluso desde España algunos adoptaron similar postura.
Muchos intelectuales –si es que se le puede reconocer así- y artistas de todas las artes –quizás algunos a cambio de algo- adoptando una postura de ser moralmente superiores a todos como si fueran antisistema o tuvieran la excelsa verdad, durante estos años se han prestado para hacerle el juego a la autocracia chavista, lavándole la cara cuando a todas luces terminó quebrando el estado de derecho desde ya hace tiempo.
Es cierto que cada país y sociedad tienen su propia dinámica. En el caso del Perú, sin ánimo de hacer un psicoanálisis, adolecemos de mesianismo y autoritarismo porque somos incapaces de asumir al yo. Muchos oportunistas radicales, alimentándose de las necesidades y de las frustraciones de los peruanos, han edificado un aparato que se ubica en las coordenadas políticas e ideológicas del chavismo y de la izquierda latinoamericana.
Echando combustible, han sabido capitalizar un odio irracional entre ricos y pobres, vendiendo la fábula de que quienes verdaderamente sembraron el terror son héroes al romantizar el accionar subversivo de éstos contra el estado de derecho y la institucionalidad democrática. Que lo que está ocurriendo en Venezuela les abra los ojos a quienes deliberadamente no quieren reconocer la realidad y a quienes son incapaces de ello.