Cajón de sastre

Entre lo real y lo fantástico (algunas divagaciones literarias)

Segundo Florencio Jara Peña

Quién tenga alguna afición por la literatura y con cierta regularidad se despacha una buena novela, sabe que la ficción está construida sobre tres aspectos: el espacial (el lugar o lugares donde el autor recrea su imaginación), el temporal (los tiempos en que se desarrolla la historia) y el nivel de realidad (que puede ser, como alguna vez los denominó Vargas Llosa, el mundo “real” y el mundo “fantástico”).

No tengo la intención de desarrollar en este breve espacio teorías o técnicas de la redacción literaria, que muy bien y mucho más ampliamente podrían encontrarlo en cualquier libro de la materia, tan solo hacer algunos escarceos acerca del nivel de realidad que puede observarse en algunas obras literarias a partir de mi experiencia como lector impenitente, como un mordido por la literatura.

Así entonces, citando nuevamente a Mario Vargas Llosa (quién para mi gusto es uno de los mejores escritores del país de todos los tiempos), el mundo “real” en una obra literaria está constituido por toda persona, cosa o suceso reconocible y verificable por nuestra propia experiencia del mundo (la política, la guerra, un proceso judicial, el amor, etcétera); por ejemplo la mayoría de los cuentos de Julio Ramón Ribeyro pertenecen al “mundo real”, sean estos existenciales, autobiográficos, raciales, de circunstancias, etcétera; igualmente la novela histórica de Truman Capote “A sangre fría”, en donde se narra todos los pormenores del proceso judicial que concluyó con la pena de muerte de dos jóvenes que asesinaron a toda una familia en la Norteamérica del siglo pasado, comprenden hechos verificables por nuestra experiencia humana. Podría citar innumerables obras más.

En tanto que el mundo “fantástico” resulta siendo todo lo contrario abarcando lo mágico, lo milagroso, lo legendario, lo paranormal, lo mítico, etcétera. Verbigracia: el “Pedro Páramo” de Juan Rulfo; “Chac Mol” de Carlos Fuentes; los cuentos de Jorge Luis Borges, entre muchos otros.

Hay creaciones literarias que se sitúan en estos dos planos: el “real” y el “fantástico”, un ejemplo es la mega novela “Cien años de Soledad”, de Gabo García Marquez, o el famoso mini cuento de Augusto Monterroso “El Dinosaurio” (Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.).

Ahora bien, cuando se trabaja en una ficción literaria dentro del nivel del “mundo real” obviamente se tienen que respetar algunos parámetros. Habría un quiebre o simplemente perdería credibilidad, por ejemplo, en el contexto de la novela “A sangre fría” si a Perry y Dick, los asesinos de los Clutter vecinos de Holcomb, Kansas, les hubieran procesado bajo nuestro sistema procesal, es decir con un fiscal y juez de investigación preparatoria y luego sometidos a un Juicio Oral con intervención de tres jueces, sin la participación del Jurado (que es algo así como idiosincrático en la sociedad yanqui), aplicándose una realidad muy ajena a la sociedad norteamericana. No sería creíble el relato así este sea ficcional.

A eso es a lo que apunto. Hacer notar algunas rupturas del mundo “real” en las obras literarias; que -por cierto- no le quitan mérito, ni calidad a la creación intelectual.

“Abril Rojo”, de Santiago Roncagliolo, ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2006. Una interesante novela, que en estos días la volví a leer, situada en el plano del mundo “real”, muy bien elaborada, un libro que jala de principio a fin. El protagonista de esta interesante ficción es el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar. Pero el membrete rompe el contexto social en que se desarrolla la trama. En el Perú, nótese que la aventura tiene lugar en la ciudad de Ayacucho entre marzo y abril del año 2000, no existen en la “realidad” los fiscales distritales, es un cargo del sistema de justicia norteamericano. Igualmente, en este mismo libro el autor, mediante el fiscal Chacaltana, considera a las violaciones sexuales todavía como delitos contra el honor, al igual que el Código Penal de 1924. Desaciertos que en lo sustancial no afectan la calidad de la obra, pero que para un lector avisado no pasarán desapercibidos, sobre todo cuando alteran la realidad “real” de la novela, como en este caso.

“Puta Linda”. Es uno de los títulos publicado por Fernando Ampuero. Dos cosas sobre este libro: visto en retrospectiva había que ser muy corajudo, en nuestra pacata sociedad de inicios del 2000, para sacar a luz una obra con aquél procaz título o simplemente ser un Fernando Vallejo (“Memorias de un hijueputa”), García Márquez (“Memorias de mis putas tristes”), Charles Bukowski (“Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones”) u otro encumbrado del mundo literario, para permitirse esa extravagancia. No voy a juzgar la calidad de este libro que sencillamente me causó mucho placer leerlo. Sin embargo, he hallado un pequeño error en sus páginas interiores. No es mi intención parecerme a aquellas personas que sólo tratan de ver manchas hasta en la esfera solar, cuando lo que más resalta es precisamente la luz, pero sentía que debía revelarlo: Ampuero confunde el término “hermanastra” por “hermana”, cuando dice que Luzmila es hermanastra de Noemí, la puta linda, ambas hijas de Rosaura, pero de padres diferentes, lo que lleva a concluir que sí son hermanas, en el peor de los casos “medias hermanas”, pero nunca hermanastras, pues esta palabra significa gramaticalmente “hijo de uno de los consortes con respecto al hijo del otro”.

Esta confusión no solo es ajena al libro, sino también se presenta con frecuencia en la vida real, incluso en el mundo abogadil.

No sólo de pan vive el hombre, también de literatura, de la buena.

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