Mg. Juan Carlos Romaní Chacón
Presidente del Comité Patriótico Bicentenario
de la Independencia del Perú – Provincia de Ica
23 de setiembre de 1820 – 2024:
El Libertador San Martín llegó a Chincha en tiempos de poda y de chucracos
José Francisco de San Martín y Matorras, el Libertador del Perú, hace 204 años estuvo en territorio chinchano. Para conmemorar esta visita, las autoridades locales, junto al Patronato Cultural han creado murales que simbolizan tanto el desembarco en Pisco como la manifestación pública hecha por el libertador en el sector que hoy se conoce como Balconcito, en el distrito de Grocio Prado.
El 23 de setiembre de 1820 el general llega y visita las tropas que estaban acantonadas en Chincha Baja y Chincha Alta. El historiador Santiago Perona Miguel de Priego señala que San Martín partió de Argentina para llegar a Chile y, luego, el día 8 de setiembre de ese mismo año desembarca en Pisco. Desde esta ciudad se desplaza hacia Chincha. El viaje fue hecho a lomo de bestia. “Él viene por invitación del pueblo de Chincha y revista las tropas acantonadas”, refiere Perona. Luego de este acto, San Martín estuvo en una casona, con balcón, que en la actualidad estaría ubicada en la intersección de la Av. Centenario y la Av. Victoria. De este recinto no quedó nada. La naturaleza y la mano del hombre convirtieron esta vivienda en un descampado.
Proclamación de la independencia en Balconcito
El presidente del Patronato Cultural, Víctor Cruz, indica que desde este sector se dio el grito de libertad. “San Martín en su periplo estaba incentivando a la población que se inclinen por la independencia del Perú, y Chincha fue el primer pueblo donde trata con la población. Y todo ese peregrinaje concluye cuando él proclama la independencia en Balconcito, de allí es que se extrae que ese lugar se llame así: Balconcito”, así lo reitera en diversas conferencias realizadas. Nosotros, desde Ica, recreamos la llegada de San Martín a Chincha, nuestra hermana provincia, que conforma el actual departamento de Ica, departamento vitivinícola por excelencia. Y nos imaginamos cómo el Libertador, montado sobre un hermoso caballo de guerra, recorre los valles de Chincha Baja y Chincha Alta. En la actualidad, en las pequeñas parcelas de los valles de Chincha, Pisco, Ica, Palpa y Nasca, en las pocas que quedan en manos de agricultores iqueños, se escucha el click clack de las tijeras especiales que van cortando con precisión los “bracitos viejos” de los viñedos. Una buena poda en el tiempo adecuado garantizará una mayor producción de cada galera, con grandes y jugosos racimos de uva quebranta. Es el anhelo del pequeño agricultor de estas fértiles tierras, heredero de los nascas, los chinchas y los paracas, milenarias culturas que se enfrentaron a devastadores huaycos y terremotos, terribles sequías y hambrunas, lluvias torrenciales e inundaciones, y también a epidemias y pandemias.
Entre los meses de agosto y setiembre, la luna llena todavía se puede apreciar. Es tiempo de podar y, en la madrugada del 23 de setiembre de 1820, el General en Jefe de la Expedición Libertadora del Perú, con el grueso del ejército libertador acantonado en Pisco se dirigió al valle de Chincha. El Libertador observó las ancestrales costumbres vitivinícolas de los chinchanos, costumbres y tradiciones iqueñas se conservan 204 años después de la llegada del Santo de la Espada. El penetrante frío y la neblina que bajan de los contrafuertes andinos ingresan a las humildes viviendas chinchanas. San Martín observa a doña María, una chinchana de tez morena, con manos hábiles y curtidas por el trabajo. El soldado veterano observa a la mujer del campo cómo prepara a la burrita con los aperos y engancha la vieja carreta, fabricada con varas de eucalipto y un eje de huarango con ruedas de madera. La carreta soportará la carga del día: leña, pasto, frutas, camotes, cancate, pacae, pallares verdes, membrillos, una carga de viejos sarmientos y una carga “de llajo”, la corteza del eucalipto.
La otra preciada carga es la tribu de nietos, una docena de niñas y niños que se encaraman en el lomo cansado de la mama vieja. Todos bien abrigados con mascarilla, con chalinas y frazadas. Sus padres van caminando, la tribu de los yungas del siglo XIX y del siglo XXI, caminan a paso ligero. Doña María, la tátara tátara nieta de la primera María, se coloca la nueva herramienta de trabajo, la dichosa mascarilla anti covid y trepa a la carreta con agilidad asombrosa, con sus 70 años de edad, bien vividos y bien sufridos. Pero, como buena chinchana de pura cepa, lleva en su sangre los genes de los antiguos indios yungas del valle de Ica, de los aguerridos chinchas del valle de Chincha: los Yataco, los Munayco, los Almeyda, los Pachas, los Saravia, los Chumbiauca, los Napa, los Tataxes, los Uculmana, los Aquixes, los Chacaltana, los Shulka Chanjalla, los Mayautes, los Huayanca, los Anicama, los Uchuyas, los Casavilca…sangre yunga que se mezcló con sangre española hace más de cuatro siglos. Una mujer aguerrida, fuerte, indestructible como el huarango. Previa copita de pisco puro, con un poquito de limón, la heredera de los yungas, de los chinchas, lanza el primer grito de la mañana…arre burra…!!!! Y la carreta destartalada empieza el viaje rumbo a su parcela, amenazando con tumbar el porrón de pisco reservado para la cuadrilla de podadores. La mujer de huarango sujeta las riendas con firmeza y se enfrenta con modernas camionetas 4 x 4 de los fundos agroexportadores que avanzan a gran velocidad y levantan polvo contra la anciana que lanza maldiciones, sapos y culebras. El click clack de las tijeras acompaña la mañana primaveral y los chucracos llegan en bandadas, pequeñas aves nativas del valle de Ica, de un plumaje negro brillante, compañero infaltable de las podas desde hace más de 450 años. Ellos escuchan el sonido de las tijeras a kilómetros de distancia y vienen para ayudar en las tareas, mientras los hombres van podando y, a la vez, amontonando los sarmientos viejos, las parras viejas, y los niños van rastrillando, limpiando la acequia…y en el proceso, van saltando los grillos, lagartijas, alacranes, arañas, langostas y todos los bichos que se ocultan en las galeras…y los chucracos empiezan su festín ancestral, cazando a los bichos, cumpliendo las leyes de la naturaleza.
Al terminar la poda, se cumple otro hermoso ritual, compartir un tanganazo de pisco puro con los peones…y al no estar presente el dueño, la dueña con mucha fe y devoción, elevando una plegaria para que la cosecha de uvas sea generosa, agarra el pomo del puro de Chincha y de Ica, y de pico se manda uno de esos tragos que matan microbios, virus y pandemias…a la salud del Libertador San Martín.