Cajón de sastre

La justicia en la literatura

Segundo Florencio Jara Peña

Démosle rienda suelta a la fantasía e imaginemos por un momento, solo en la ficción claro, que el Congreso dicte una Ley -por esas cuestiones de la vida que la razón no sabe explicar, sobre todo en el Perú en que se promulgan y derogan leyes con una facilidad pasmosa- en la cual se reduzca a la mitad la pena de todos los sentenciados que purgan prisión en las cárceles del país, sin ninguna excepción, de modo que, por ejemplo, el asesino que estaba condenado a 30 años de prisión tenga que cumplir únicamente 15 años; el violador condenado a 25 años vea reducida su sanción a 12 años y medio. Y así en cada uno de los casos se tendría que recurrir a una simple operación aritmética para cumplir el mandato legal.

Sin embargo, esto que aparentemente sería muy sencillo de ejecutar generaría sus primeras dificultades cuando los sentenciados a cadena perpetua soliciten que se aplique la Ley en cuestión. ¿A quién se le podría ocurrir que la pena de cadena perpetua pudiera tener una mitad?

Julio Cesar de Mello e Souza (1895-1974), un escritor brasileño que escribió el libro “El Hombre que Calculaba” con el seudónimo de Malba Tahan, nos da la solución. El protagonista de la novela era un extraordinario calculista de nombre Beremis Samir, quién, en el Capítulo XXII, resolvió este inusual caso. Lamentablemente la solución ingeniosa a tan singular problema no es tan corta como para consignarla en este comentario, pero resta decir que se trata de “una cuestión de pura matemática y de interpretación de la ley al mismo tiempo” (sic) que permitió concluir a Beremis Samir que la mitad de la cadena perpetua es la “Libertad Condicional bajo vigilancia de la Ley”, que es la única manera de tener detenido y libre a la vez a un hombre. (Esperemos que, al omitir el proceso de razonamiento del calculista, la curiosidad pique a los lectores y lean el libro).

Así como la historia anterior, la literatura es pródiga en casos en que los protagonistas han emitido decisiones originales frente a los conflictos sometidos a su conocimiento, unas acertadas y otras no, como en la vida real. Desde Salomón y su famoso caso de las dos mujeres que se disputaban a un recién nacido, tanto que es proverbial hacer uso de la expresión “salomónico” para hacer referencia a una componenda justa. Está también El Mercader de Venecia, drama shakespeariano en el cual se recrea el fallo de Porcia (disfrazada de un sabio jurista) frente a la extravagante pretensión del usurero Shylock de obtener una libra de carne de su deudor Antonio, el mercader de Venecia, al no haber honrado la deuda en el tiempo convenido, despreciando incluso la oferta de recibir tres veces más de lo prestado: “(…) Un momento no más, exclama a continuación el sabio jurista, el contrato te otorga una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Tome la carne que es lo que te pertenece; pero, si derramas una gota de sangre, tus bienes serán confiscados conforme a la ley de Venecia (…)”, declaración que hizo desistir de la cruel exigencia contractual. 

Hay una historia más que puede citarse en este espacio: la de Sancho Panza cuando fue designado Gobernador de la Ínsula Barataria, la he leído incontables veces y siempre me ha parecido fresca y divertida.

En el Capítulo LXV de la célebre novela Don Quijote de la Mancha (no por célebre de fácil lectura), del no menos ilustre Miguel de Cervantes Saavedra, se hace Gobernador de la ínsula Barataria al fiel escudero Sancho Panza. Ni bien iniciada sus funciones se le presentaron algunos conflictos que resolver. Uno de ellos era el de una mujer que presuntamente había sido ultrajada sexualmente, robándosele su castidad que venía custodiándolo, según refiere, con dientes y uñas de moros y cristianos por 23 años, por un hombre a quién a viva fuerza había conducido frente al buen Sancho. El acusado negaba la imputación, como suele ocurrir en estos casos. Afirmaba éste que tenía por oficio la ganadería, la que le dejaba alguna renta, y efectivamente reconocía que habían yacido ambos, por voluntad propia de la moza a quién recompensó lo suficiente. Oídas las versiones nuestro Sancho ordenó que el hombre entregara todo el dinero que traía consigo, veinte ducados, a la mujer. Ésta deshaciéndose en zalamerías agradece al gobernador por su sapiencia, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas, retirándose feliz con el dinero. Seguidamente Sancho ordena al varón, quién ya tenía los ojos húmedos por el llanto, que salga tras ella y a como dé lugar, incluso haciendo uso de la fuerza si fuera necesario, recupere la bolsa del dinero y vuelva con ella. Al cabo de unos minutos el hombre y la mujer regresan nuevamente donde Sancho, esta vez mas asidos y unidos que la anterior, disputándose en un tira y afloja la bolsa del dinero. El hombre se quejaba de que no había fuerza humana que pudiera recuperar el dinero, al punto que estaba resignándose a perderlo, pues así lo demostraba la mujer que por su parte reclamaba la desvergüenza y osadía del hombre de desacatar el fallo del gobernador. El diálogo que sostiene Sancho antes de llegar a su decisión es también proverbial. Veámoslo cual textualmente lo ha expresado su autor:

“(…) —Y ¿háosla quitado? —preguntó el gobernador.

—¿Cómo quitar? —Respondió la mujer—. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!

—Ella tiene razón —dijo el hombre—, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.

Entonces el gobernador dijo a la mujer:

—Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada y no forzada:

—Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora! (…)”

En algunos de estos casos los protagonistas han sabido conciliar el cumplimiento de la ley con la lógica, el sentido común, la equidad y la benevolencia, virtudes que ya no se encuentran en las personas que de una u otra forma contribuimos al sistema de justicia actual (abogando o juzgando).

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