| Mg. Juan Carlos Romaní Chacón
Presidente del Comité Patriótico Bicentenario de la Independencia del Perú – Provincia de Ica
Recordando al escritor y periodista iqueño del Bicentenario: Luis Enrique Moreno Thellesen
Luis Enrique Moreno Thellesen fue un escritor múltiple, vital y similar a su coterráneo: el célebre Abraham Valdelomar Pinto. El primero nacido en 1895 (El Carmen, caserío del actual distrito de San Juan Bautista) y fallecido en 1928; mientras que el segundo vivió entre 1888 y 1919. Moreno Thellesen y Valdelomar Pinto constituyen los más claros y definidos exponentes de la literatura iqueña, aunque diversamente conocidos y tratados; mientras que el “Conde de Lemos” ocupa un lugar preponderante en nuestro quehacer literario, su “paisano” es largamente olvidado. Desde nuestra columna “La Voz de los Bicentenarios” presentamos -a la niñez y juventud iqueña del siglo XXI- un extracto de una pequeña pero valiosa crónica periodística, escrita por un “GRANDE” de Ica, entre los años de 1919 – 1920… Al leer solo este pequeño extracto, estimado lector, creemos que usted comprenderá la verdadera importancia y trascendencia del valle de Ica, durante los últimos 200 años, revaloremos nuestra ciudad del Sol Eterno y la Capital Mundial del Pisco…iqueño, iqueña, revaloremos nuestra tierra, porque nadie ama ni defiende lo que no conoce…
Ciudades del Perú: San Jerónimo de Ica
Dejando treinta millas de pampa, con sus espejismos y su oasis sombreado de palmas, el tren empieza a correr entre viñedos y huertas, y a poco se detiene algunos minutos en el caserío de Guadalupe. De Guadalupe sale nuevamente la máquina cruzando algodonales y tierras de sembrío, y se para unos instantes en Macacona; suben algunos labriegos, y la locomotora, como una serpiente en fuga, pasa vertiginosamente una pampa y llega de un sitio donde la pirámide del alto Saraja, y el cementerio blanco velan sobre la quietud de Ica. Dos minutos después el tren entra fragorosamente a la estación. La Ciudad de San Gerónimo de Ica aparece a los ojos del viajero, como una risueña promesa del desierto, con sus árboles inmensos y las cúpulas de sus iglesias destacándose como témpanos sobre el azul perpetuo de los cielos. Vuelos de palomas sobre los campanarios, altos ficus, calles rectilíneas y casas bajas que parecen dormir empolvadas por la “paraca”, todo va apareciendo para el viajero como una visión que le redima del fatigoso viaje. Ica es una ciudad con población que fluctúa entre doce y diez y seis mil habitantes. Tiene nueve iglesias, cuatro periódicos diarios, una vieja casa de piedra, donde es fama “que bailó el Libertador don Simón Bolívar”; dos hospitales, un mercado bullanguero, un callejón de Jesús María, que es lo que El Rastro de San Francisco en Lima; un colegio de segunda enseñanza; muchas escuelas y una campiña donde perfuman los fiorbos y los pájaros alborotan. Las gentes que habitan los diez y seis o diez y siete girones de que consta la ciudad son buenas y sencillas; tienen la piedad de la época colonial y la sabiduría de los que pueblan ciudades viejas; porque Ica no es una fundación de ayer, sino que tiene su abolengo rancio, y aunque tres veces destruida por los terremotos, cuando se reconstruyó por vez última, trascurrían los años de 1608 y 1609 y gobernaba en el Perú don Diego López de Zúñiga y de Velazco, Conde de Nieva y algunos títulos más, según reza en unos manuscritos de mi propiedad, publicados en 1921.
Según estos documentos, Ica fue fundada por don Jerónimo de Cabrera con acuerdo y parecer de don Pedro de las Casas. La historia de la guerra de la Independencia no podría prescindir al hablar de Ica y de su derecho a llamarse la precursora; pues fue en Ica en el año de 1820, el 21 de octubre, cuando el pueblo juró solemnemente la independencia y adhesión al ejército libertador. Era entonces alcalde el general Salas, hombre valiente y audaz, que según se dice llegó a ser presidente de una de las repúblicas Centroamericanas, y cuyos restos yacen hoy en el Convento de San Francisco de Asís, en Ica, su tierra natal. También no podría pasarse en silencio la memorable batalla de Macacona, ni la heroica resistencia que un puñado de valientes hicieron al ejército chileno, cuando la guerra de la Independencia; no podría tampoco prescindirse de hablar del bizarro “Chino Zanabria”, que frente a una pequeña montonera sostuvo un glorioso combate en Guadalupe con los chilenos (la guerra del Pacífico), a los que por dos veces les tomó el tren del que se habían posesionado en Pisco. Y es tanto más notable esta historia, cuanto que el “Chino Zanabria” fue un bandolero, como uno de aquellos personajes terribles de Shiller que se mataban o se dejaban matar porque sentían un supremo desprecio por la vida. Este “Chino Zanabria”, montado en un caballito robado, se hizo matar con todos los suyos disputándose a balazos con los chilenos el dominio de la pampa e impidiéndoles el paso a Ica. La Historia ha callado el nombre de estos héroes; pero los iqueños recuerdan con emoción ese puñado de huesos que blanquean entre las arenas de la pampa de Guadalupe y suelen así decir a los viajeros, señalando hacia aquel sitio: Aquí murieron los iqueños como hombres. Terminada la guerra con Chile, Ica empezó a progresar, gracias a la feracidad de sus terrenos que en poco tiempo le permitieron si no reconstituirse, cuando menos reparar en algo los estragos ocasionados por el ejército invasor. En la actualidad es una población comercial que cuenta con tres o cuatro fábricas desmotadoras de algodón, una de tejidos y muchas de aceites y jabón. Tiene un mercado bien construido en la esquina que hacen las calles Grau y La Mar; una Cámara de Comercio y Agricultura y varias instituciones importantes. Siendo la producción de licores uno de los más fuertes ramos de la industria iqueña, su comercio en este sentido decayó bastante a raíz de la guerra Europea se sustituyeron las plantaciones de parras por las de algodón, porque, entonces adquirió este artículo precios fabulosos. Si el comercio en Ica ha sido notable lo que es de mayor notoriedad es la cultura de su población, que en nada desdice de su antigüedad y de su vecindad a la capital de la República. Muchos de los hombres que ilustran la historia de las artes y las ciencias en el Perú, tuvieron su cuna en Ica; de esto se desprende naturalmente, el que en Ica, no obstante la pequeñez de su población, existe verdadera afición hacia las artes, y en particular por la Literatura; tanto que raro sería encontrar un joven que al terminar sus años de instrucción media no garapatee cuartillas para los periódicos.
Por esta explicable tendencia de los iqueños es que se comprende el que subsistan, completamente desvinculados de todos los elementos intelectuales del país, algunos jóvenes que hacen labor digna de tomarse en cuenta; y así como hay un convento de frailes y uno de monjas -que acaba de clausurarse- existe también un cenáculo de escritores, donde pontifican Alberto Casavilca y Jorge Rebata Franceschi. En lo que se refiere a arquitectura, hay pocas y quizá ninguna cosa notable, a no ser el templo de Luren que se está erigiendo y que debe tener una vez concluido insólitas proporciones con respecto a los otros templos, pero lo que sí es notable en el panorama iqueño con sus árboles que sombrean la mayor parte de las calles y su plaza de armas que es una de las admirablemente dispuestas. Por regla general la vida de Ica es apacible, y la hombría de bien de sus hijos es causa para que se diga muy poco de los acontecimientos que allí suceden; sin embargo, en la Semana Santa, el 28 de Julio, el 21 de Octubre y el 1ero. de Enero, las fiestas públicas adquieren mucha animación y son a la manera de ferias que todos los buenos gobiernos se han encargado de proteger y fomentar. También cuando llega la temporada de baños, los viajeros que concurren a Huacachina, La Victoria, La Huega y otras salutíferas lagunas, que en las cercanías de Ica existen, dan a la población cierto movimiento y novedad que la hacen una de las ciudades más simpáticas y la que con mayor facilidad se adueña del afecto del viajero. No podíamos dejar de hacer mención de los edificios públicos que en Ica existen; pero la verdad es que la mayor parte de ellos, aunque bien tenidos, no tienen méritos arquitectónicos; apenas si el nuevo Colegio de San Luis Gonzaga en construcción, las iglesias de San Gerónimo, San Francisco y Hanan, merecen algún elogio. Especialmente la de San Gerónimo por sus estatuas y su dombo pintado al fresco. Por lo demás Ica es una población llena de sol, de luz, limpia y amable; una vieja ciudad llena de consejas y de tradiciones, tranquila, feliz y algo dormida como las aguas de sus muchas lagunas. El clima de Ica es benigno y aunque allí se bebe agua de pozos que no siempre reúnen condiciones higiénicas, la gente es sana y apenas si de tarde en tarde aparece alguna epidemia importada por los viajeros y entonces se llenan de enfermos los dos hospitales que existen. También es notable su verano que se prolonga muchos meses más que en otros lugares y que dio motivo para que los iqueños celebrasen como una fiesta la llegada del agua que es de aluvión; pero esta fiesta como la de poda, vendimia y pisa que antaño eran festejada, van desapareciendo poco a poco. El único lugar de esparcimiento para la sociedad iqueña lo constituye un teatro refundido entre el edificio del Centro Social, que está situado en la plaza de armas. (MORENO THELLESEN)